Cuánto dolor sufren aquellos novios que tras tocar el sol en un fin de semana, les toca bajar a la tierra, decirse adiós (de nuevo) y volver a la rutina.
Sé que es duro, lo sé por experiencia y porque ella se acaba de quedar allí, en nuestro sol; en esa habitación que nos supo a gloria; en esa habitación que nos vio tocar el cielo y lo que no lo es.
Y mientras este autobús me aleja de ella, sé que probablemente estará llorando, tumbada en su lado de la cama de aquella habitación que seguramente ahora,
sabe a dolor.
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