miércoles, 23 de noviembre de 2016

Relato de un corazón suicida

Erase una vez un corazón que caminaba descalzo con la mirada perdida y sin destino aparente, que amaba la soledad, no tenía miedo a la oscuridad y su color favorito era el amarillo.

Vivía a las afueras de la ciudad, tranquilo, viendo películas románticas con final feliz, escuchando canciones con final no tan feliz, leyendo poesía y escribiendo; escribiendo sus miedos y desamores, y haciéndolos música en su piano. Creía ser un corazón feliz pero sabía que algo le faltaba, y sabía lo que era, aunque intentaba evitarlo. 

Era un corazón cobarde que soñaba con amar, pero tenía miedo; miedo a soñar despierto, miedo a volar sin paracaídas, miedo a hacerse daño, y a que se lo hiciesen, miedo a querer, miedo a no saber amar y, sobre todo, miedo a no ser amado.

El invierno se fue, llegó la primavera, un nuevo verano, otro otoño más y todo seguía igual, a excepción de su color y su apariencia; lucía un rojo desgastado y algo más flaco, ahora tenía un miedo más, pero tras veintitrés primaveras se dio cuenta que era el momento de volar y dejarse llevar. Abrió la puerta a otros corazones, perdió sus miedos y comprendió que el amor no era su enemigo. 

Al fin, era feliz.

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